Con cautela, cuatro cartas fueron giradas desvelando el misterio que ocultaban. Una a una, fueron colocadas sobre un pequeño atril correspondiente al jugador y dictaron su sentencia.
Buena o mala. Justa o injusta. Allí estaba.
Carta roja: 35-40 años
Carta amarilla: pelirroja
Carta blanca: joya
Carta negra: india
La jugada no era la mejor; no era satisfactoria. El resultado no apuntaba optimismo. Difícil de localizar.
Al ángel negro le hubiera gustado gritar, lanzar los dados contra la pared o levantar el tablero de un manotazo, pero se contuvo. Guardó su malestar, su nerviosismo y su rabia, y lo escondió en lo más profundo de su ser. No podía mostrar debilidad frente al resto de jugadores. Además, se le había ocurrido una idea. Sigue leyendo
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